Es
 de todos conocido que la práctica profesional de la arqueología tiene 
un pasado reciente y que alcanzó la madurez de sopetón. Se pasó de la 
infancia a la edad adulta sin casi adolescencia, etapa ésta última que, a
 pesar de lo difícil que es de vivir por las dudas constantes al 
tratarse de un periodo formativo, también tiene la ventaja de que una 
vez experimentadas y pensadas aquellas dudas, se alcanza la madurez con 
garantías de cierta solidez. 
En
 nuestro caso, los arqueólogos profesionales nos vimos abocados al mundo
 laboral casi de un empujón y, sobre la marcha, se asentaron las bases 
contractuales (¡a principios de los 90 algunos teníamos dudas de si era 
necesario tener IAE o cotizar en la S.S.!), las de la organización 
laboral e, incluso, las de aspectos puramente científicos o 
metodológicos, debiendo aplicar un método a un trabajo que poco o nada 
tenía que ver con el ritmo de la práctica arqueológica de ambientes 
académicos.
En
 paralelo, los años finales de los 80, los 90 y principios de los 2000 
se caracterizaron por la redacción de leyes, sobre todo autonómicas, que
 buscaron la protección del patrimonio y, a la vez, como consecuencia de
 ciertos articulados, consolidaron el ejercicio libre de la práctica 
profesional de la arqueología. También abrieron las puertas al libre 
mercado con las oportunidades que ello conllevaba en cuanto a la 
gestión, innovación y obtención de resultados, pero al mismo tiempo con 
altos riesgos de mercantilización y burocratización, al entender el 
patrimonio como una fuente más de obtención de beneficios a costa, en 
ocasiones, del propio patrimonio.
En
 este estado de cosas, quisimos pensar que sería la propia 
administración la que no sólo dictaría las reglas del juego, sino que 
además velaría por los agentes (públicos y privados) que iban a 
encargarse de proteger, estudiar, conservar y, en su caso, difundir el 
patrimonio.
Los
 reglamentos derivados de esas leyes, en la mayoría de los casos, nunca 
vinieron y la práctica profesional de la arqueología siguió su ritmo, 
con luces y sombras, con algunas frustraciones, pero también (hay que 
admitirlo), con bastantes satisfacciones. En el camino mucho se ha 
perdido (nos referimos al patrimonio), pero también es mucho lo que se 
ha recuperado.
Llegados
 al momento que nos está tocando vivir, creemos que si alguna vez hubo 
una esperanza en que “lo público” iba a jugar un papel no sólo de 
ejecutor de las leyes, sino que además iba a comandar el fomento de la 
organización del trabajo de campo, de la investigación y difusión del 
patrimonio, nos damos cuenta de que no sólo es imposible en este estado 
de crisis actual, sino que lamentablemente puede que tampoco lo sea en 
el futuro a tenor de los vientos políticos que soplan.
Por
 todo ello, ahora es el momento de re-pensar la Arqueología, al menos la
 profesional. Con nuevas estrategias, que sin duda pasan por las propias
 personas y no tanto por entidades administrativas y académicas. 
Personas, individuos (de la administración, de la profesión liberal, del
 mundo académico…), que busquen sinergias, que compartan plataformas de 
trabajo, de formación, comunicación y de difusión de ideas, de 
innovación para, cuanto menos, intentar seguir desarrollando la 
profesión.
Mientras
 las leyes se mantengan (y esa es una lucha en la que no hay que bajar 
la guardia, -véase el caso de la Comunidad de Madrid-) el marco de juego
 seguirá, pero serán los individuos los que debamos generar nuestro 
propio trabajo, busquemos formas de financiación y, lo que es muy 
importante, demostremos a la sociedad el valor y el rendimiento social 
de invertir en patrimonio, todo ello con prácticas más próximas al 
“público”, a las comunidades donde trabajamos.
“La Linde”
 es una revista digital de arqueología profesional que nace al calor de 
este tiempo de incertidumbres y de falta de expectativas inmediatas para
 el colectivo de arqueólogos que desarrollan su trabajo fuera de los 
ámbitos estrictamente académicos o administrativos.
La linde es un límite, el final de una parcela, de un lugar. Se encuentra en el extrarradio, a las afueras.
Cuando estás en la linde, te hallas lejos del centro.
Nosotros,
 los profesionales de la Arqueología, los “sacatierras” como se nos ha 
llamado en ocasiones, estamos en el extrarradio porque somos arqueólogos
 que no estamos vinculados a ningún centro neurálgico del Patrimonio.
Así,
 encontrándonos tan a las afueras, algo desvinculados, hemos tenido que 
formarnos por el camino, a veces con grandes aciertos y en ocasiones con
 algún que otro error.
En
 esta linde en la que nos hallamos es, no obstante, donde siempre cabe 
encontrarse una brecha que te deja ver más allá de tu propia sombra, 
donde puedes asomarte a una ventana que te permite reinventar los modos 
de la arqueología tradicional y donde, en definitiva, se abren nuevas 
puertas hacia “otras arqueologías”, las que no son estrictamente 
oficiales, las que son aún más jóvenes que nosotros, las que tal vez 
acojan en su seno la semilla del futuro de nuestra profesión.
A
 estas brechas y a todos los compañeros ofrecemos esta plataforma de 
comunicación. Esperamos que sea vista como un portal al que llamar 
cuando se tengan reflexiones, iniciativas o resultados que quieran ser 
compartidos con todos aquellos que se sientan cerca de esta tan amada 
Arqueología nuestra. Es
 el momento de conocernos y darnos a conocer como colectivo más allá de 
nuestras propias comunidades y países, de intercambiar experiencias y de
 formarnos para aprender lo vivido y encarar el futuro con más 
conocimientos y mayor sabiduría.