Hacía
tiempo que no disfrutaba tanto de unas jornadas de arqueología como las que
hemos vivido este fin de semana en Valencia. En primer lugar ofrecer una sincera
felicitación a los organizadores de las jornadas. Pero, de manera especial
también la felicitación debe hacerse extensible a todos los participantes que
han demostrado que, aún en estos tiempos difíciles, es posible avanzar en el
conocimiento de forma muy rigurosa y difundir el patrimonio con fórmulas
imaginativas.
El
hecho de que los dos colegios de la Comunidad Valenciana hayan organizado unas
jornadas conjuntas es ya de por sí motivo de alegría.
En
nuestra opinión, las jornadas han servido para demostrar, si alguien tenía
dudas, que el desarrollo de la arqueología en estas últimas décadas se ha producido
gracias al esfuerzo y la labor de todo el colectivo, el de investigadores y
gestores que provienen de los ámbitos académicos, de museos o de servicios
municipales y el de los profesionales, cuyas memorias de intervención son a
menudo pequeñas o grandes “tesis” fruto de un hondo esfuerzo investigativo.
Estas
jornadas han servido, además, para plantear o retomar algunos temas de gran
importancia todavía no resueltos, uno de ellos, el de la divulgación y el valor
social del patrimonio, estuvo presente en todas las sesiones y desde nuestro
blog queremos en los próximos días aportar algunos comentarios.
La
jornada del viernes 14 fue especialmente interesante. En este mismo blog ya
hemos comentado algunos aspectos de la primera de las comunicaciones presentada
por la Dirección General de Patrimonio. Otros dos técnicos de esta misma administración,
José Luis de Madaria y José Antonio López, presentaron los resultados de
algunas de las gestiones que más caracterizan sus trabajos diarios. Es de
destacar el esfuerzo por ellos demostrado de intentar poner al día las nuevas
herramientas de la tecnología informática al servicio de la arqueología. Sin
embargo, se ha de comprender que no todos los miembros del colectivo tenemos
los medios y disponemos de la información necesaria para ponernos al día y
seguir el ritmo, a veces frenético, de las innovaciones informáticas. Como
señaló Javier Martí, es necesario disponer de un periodo formativo para no caer
en una situación similar a la que sufrimos algunos de los arqueólogos que
ejercemos la profesión desde hace ya unos cuantos años, en el cambio de la
realización de las planimetrías a mano y dibujadas en papel por las
informáticas en Cad.
También
esa misma mañana del viernes Vicent Escrivà, con motivo de su comunicación del
Cementerio Municipal de Llíria, construido en el año 1818, abordó un tema que
aún por antiguo todavía no está resuelto, que se aparca eternamente y que, con
el paso de una generación tras otra, no hace sino complicarse: ¿qué
consideramos como patrimonio?, ¿qué debe protegerse?, ¿cómo? y ¿quién es el
responsable de hacerlo o al menos de aportar protocolos estandarizados?
Escrivà
llamó la atención acerca de la existencia de un bien, el de un cementerio
construido en el siglo XIX y vivo hasta el momento, que contiene, además de sus
estructuras arquitectónicas, monumentos funerarios y lápidas en ocasiones de
gran valor artístico, pero que son, ante todo, fuentes históricas de valor
semejante al de inscripciones de otras épocas más pretéritas.
Lápida de Manuel Blasco, arquitecto del proyecto de construcción del Cementerio General de Valencia, fallecido en el año 1825.
¿Dónde
empieza la labor de documentación de la Cultura Material por parte de los
arqueólogos?, ¿sirve de algo registrar bienes recientes o incluso todavía en
uso como son las lápidas de un cementerio aún en funcionamiento? Nuevas
preguntas.
Desde
nuestro punto de vista la respuesta es claramente sí. Recuperar la memoria
histórica a través de la cultura material de épocas recientes o incluso
coetáneas no es una labor que, como mucho, sirva para facilitar el trabajo del
archivero del año 3000. Las sociedades pueden ser estudiadas a través de sus
hechos materiales o eso creemos los arqueólogos, si no es así ¿en qué
consiste nuestro trabajo, en la mera re-colección de objetos? Y si un objeto es
una perfecta fuente de aproximación a un individuo o una sociedad lejana en el
tiempo ¿es que nuestros abuelos (no diré a nosotros mismos, por si a alguien le
chirría el concepto) no contaban con cultura material definitoria de su sociedad?
Ahora
bien si todos aceptáramos este hecho, surgen otros interrogantes ¿del conjunto
de la cultura material reciente qué debe protegerse y, por tanto, documentarse:
todo, sólo algunos bienes? Pregunta difícil e imposible de responder de
inmediato.
El caso
de los cementerios municipales que Escrivà nos mostró es un ejemplo de un “bien
vivo” que requiere fórmulas de protección, estudio y catalogación. Pero en esa
misma categoría (si se nos permite utilizarla), existen otros muchos elementos,
por ejemplo, los que componen el territorio, como los caminos o las acequias,
infraestructuras ambas que han fundamentado la economía valenciana de manera
secular hasta nuestros días. La lista de bienes es amplísima.
Creemos
que no debería demorarse mucho tiempo una reflexión acerca de los criterios evaluativos
para determinar qué debe ser considerado como bien a incluir en los Catálogos
de Bienes y Espacios Protegidos en alguna de las tres categorías que contempla
la legislación valenciana (BIC, BRL o BC) y que una vez fijados sirvan para la
totalidad de los municipios.