Huerta y skyline de Valencia |
Lejos de una visión pintoresca y costumbrista al estilo de
Sorolla o Agrassot, la Huerta de Valencia ha sido un espacio armónico diseñado
para la vida en sus múltiples facetas del trabajo, del hábitat, de las relaciones
sociales, lúdicas… La Huerta, un paisaje donde casi nada puede calificarse de
“natural”, entendido como salvaje, es el resultado de un territorio ordenado y
bien calculado. Las acequias circulaban por donde debían circular,
optimizándose los recursos y minimizando los esfuerzos en infraestructuras. Los
caminos cubrían todo el territorio de manera satisfactoria. Los molinos se
colocaron allí donde no entorpecían el riego. Las alquerías y barracas, aún en
régimen disperso, presentaban pequeñas concentraciones junto a las vías o
acequias. No se extendían de manera caprichosa, imponiendo en tal caso la
necesidad de crear infraestructuras que restasen espacio o dificultasen la
explotación agrícola.
Y llegados a este punto, a la explotación agrícola, las
parcelas constituían un mosaico perfectamente ensamblado, gestionado y calculado.
Se intentaba que ninguna se viera
marginada por cuestiones de accesibilidad al paso o al riego.
Sin embargo, la Huerta no ha sido una especie de Arcadia
feliz. El trabajo en el campo es duro, a veces frustrante y, como en el caso
actual, poco o nada fructífero.
Tampoco ha estado libre de inseguridad o violencia. Baste
recordar las garitas defensivas que todavía se pueden ver en muchos edificios
de la huerta. Pero esta profesión, este estilo de vida, que es la del huertano,
era querida por sus gentes, añorada hoy ante su desaparición y habitualmente
recordada con iguales dosis de rabia y nostalgia ante su drástica aniquilación.
La anciana propietaria de la Alquería del Raio en el Pouet de
Campanar me dijo un día con lágrimas en los ojos, ante su expulsión de la
alquería que la vio nacer “- xiquet, i
ara que faré?”, mientras estudiábamos algunas de las alquerías de esa
partida hacia el año 1998. La muerte era prácticamente lo que le quedaba por esperar.
Nel.lo el Xurro en su bicicleta en una Huerta casi imposible |
Dos ilustres labradores de la Huerta de Campanar, Nel.lo el Xurro y Juan Balbastre, Chuano el de Marcela, nos contaron
mientras realizábamos una prospección en la partida de Dalt de Campanar, que la
tierra ya no vale como huerta, sino como espacio especulativo. “- Sólo los
precios de los fertilizantes se comen las pocas ganancias que se obtienen de
una cosecha”. Cultivar la tierra se convierte cada vez más en un ejercicio de RESISTENCIA!.
El territorio se comprende, se vive y se personifica a
partir de hitos familiares. La destrucción de los hitos de la memoria es la
ruptura (la “muerte”) del propio espacio vivido.
La red de acequias, la trama de los caminos y el poblamiento
disperso y concentrado de la Huerta son los elementos en fase terminal, como si
de un enfermo se tratara, que requieren una inmediata documentación.
La tierra, el agua y las personas son la Huerta. El directo
acceso al agua para el regadío es, sin duda, uno de los factores fundamentales
en el diseño del territorio. En su conjunto, los sistemas hidráulicos que forman la Vega de Valencia, muestran de
manera modélica el trazado arborescente de las acequias, característica que ha
sido subrayada constantemente como un referente de su pasado islámico. Forman
abanicos densos, que se abren en ejes principales, fruto de la derivación de
brazos de las acequias madres, y se ramifican mediante filas y rolls, hasta las
más pequeñas arterias: las regadoras que llegaban a cada una de las parcelas.
La Huerta, como espacio plenamente antropizado que ha sido
de manera secular, con un diseño milimétricamente estudiado para su explotación
agrícola, ha contado, como es lógico, con una densa red de caminos que permitiera, en última instancia, acceder a
cualquier parcela de este territorio.
La red viaria se caracteriza por ser una trama debidamente
jerarquizada que no deja resquicios incomunicados. Desde la ciudad de Valencia,
centro de todo el territorio de la Huerta, se aseguraba la total comunicación
entre ésta y las localidades huertanas, entre aquellas y los núcleos menores de
población (barrios, pedanías, agrupaciones de alquerías) y por último con el
poblamiento disperso representado por las casas, alquerías y barracas de la
huerta. Finalmente, la gente de la huerta podía llegar a cualquier parcela a
partir de los caminos de enlace más pequeños.
En cuanto al poblamiento
de la Huerta, el modelo general es el de una organización dispersa de la
población en viviendas aisladas, íntimamente relacionadas con el espacio que gestionan.
Este poblamiento, en su conjunto, es el resultado de un largo periodo de
formación, desarrollo y mantenimiento del mismo, que abarca desde la baja Edad
Media hasta bien entrado el siglo XX. Durante esta dilatada etapa se siguieron
estrategias de ocupación del territorio basadas en las directrices que marcan
los sistemas de regadío, las vías de comunicación y el propio diseño de las
parcelas de cultivo.
Se han observado patrones de asentamiento que dan como
resultado un diseño bien calculado del paisaje organizado en unidades de
explotación de la tierra que tienen como centro neurálgico a una gran alquería.
En la órbita de estos centros se daban cita las viviendas de las familias de
aparceros o arrendatarios (casas o barracas) que completaban la malla del
poblamiento.
Hoy las gentes que nacieron y vivieron en la huerta (sobre
todo las del término municipal de Valencia) son cada vez menos y muy pocas viven
en ella. Recuperar su memoria es un reto para el que nos queda poco tiempo.
Otro tanto se podría decir de los paisajes valencianos de
montaña y el secano. El parón urbanístico e inmobiliario que estamos viviendo
puede traducirse, desde una visión optimista, en un respiro para el Territorio,
ante tantas presiones y agresiones sufridas en los últimos años.
Para los profesionales del Patrimonio es una obligación
aprovechar el tiempo que se nos conceda, para debatir estrategias de futuro y,
sobre todo, adquirir la formación y las competencias teóricas y prácticas, de
las que en demasiadas ocasiones hemos carecido en el pasado reciente, antes de
que se desate una nueva oleada de transformación paisajística. ¡Eso sí, si los incendios no lo fuerzan
antes!.
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